Muy posiblemente con el mensaje de esta semana me lluevan las críticas, pero, una vez más, voy a decir lo que pienso. El otro día, por los pasillos del IESE, me encontré casualmente con una antigua alumna. Nos pusimos al día de nuestras actividades y me comentó, con cierta mezcla de ilusión y tristeza, que recientemente la habían incorporado al comité de dirección de su empresa. ¿La razón de su tristeza? Algunos compañeros del comité celebraban que por fin había una segunda mujer en ese equipo.
Lo que a ella le dolía era que celebraran su nombramiento por su condición de mujer y no comentaran su valía profesional, cuando su aportación a la empresa y su ascenso era por su trabajo serio, su compromiso y su capacidad y no por su condición de mujer.
En mi opinión, poner el acento en promocionar a alguien por el simple hecho de ser mujer acaba perjudicando a las propias mujeres. Lo que deben hacer las organizaciones es crear un entorno que facilite el desarrollo de todas las personas, teniendo en cuenta las características de cada una de ellas. A partir de ahí asignar responsabilidades y remuneración en función del desempeño y la preparación y no por razones ajenas al ejercicio profesional.
¿Todos los hombres somos iguales? Pues yo creo que no. En lo que somos iguales es en nuestra condición de personas. Ahí radica nuestra dignidad. Después, hay que asegurar que todos tengamos las mismas oportunidades para desarrollarnos. Mas allá de esta igual dignidad, afortunadamente, somos diferentes: hay hombres y mujeres, altos y bajos, antipáticos y simpáticos…
Todos con la misma dignidad y el mismo derecho a ser valorados como personas y por lo que aportamos. Misma dignidad e igualdad de oportunidades. A partir de ahí, vivir la caridad y el respeto entre nosotros. Hasta el jueves que viene y mientras tanto vengan todas las críticas a este mensaje.
