Los humanos nos comunicamos con los hechos, no con las palabras. Quienes somos, cómo pensamos, qué valoramos lo comunicamos con nuestras actitudes, con nuestro hacer en el día a día. Cuando una persona lleva en su puesto de trabajo varios meses, ya sabe cómo es su jefe y toda la gente que le rodea. Los ha visto actuar. No le hacen falta ni discursos ni declaraciones de principios.
Las palabras y los discursos de los directivos son una medida de su coherencia y de su hipocresía. Cuando las acciones de un directivo son coherentes con su discurso, esta persona es confiable. No engaña. Se podrá estar más o menos de acuerdo con ella, pero no engaña. Pero hay directivos que tienen un discurso muy convincente, pero luego sus hechos contradicen a sus palabras. Pierden toda su autoridad, si es que alguna vez la han tenido. ¿Qué directivo no va a asegurar que «Las personas son el activo más importante de mi empresa»? No hay nadie que lo niegue, pero ¿Cuántos actúan de acuerdo con esa afirmación?
Consejo: que lo que decimos sea coherente con lo que hacemos, aunque esto pueda tener un coste en algún momento. La magnitud de ese coste será una medida de nuestra coherencia. Hasta el jueves que viene.
PD. Ayer estuve muy a gusto dando una sesión en la cámara de comercio de Girona a los antiguos alumnos de la Universidad de Navarra e invitados. Muchas gracias a los organizadores.
