Un buen amigo me ha sugerido que hable sobre la belleza. Asunto interesantísimo. Damos mucha importancia a la inteligencia, a entender las cosas. Aceptamos las cosas que entendemos y si algo no lo acabamos de ver claro con nuestra mente lo rechazamos. También se habla mucho de voluntad. Hago esto porque quiero hacerlo o no lo hago porque no quiero. Inteligencia y voluntad son potencias que tenemos y con las que manejamos nuestra vida. Pero ¿y la belleza?
La belleza es algo más escurridizo. La consideramos solo muy puntualmente, pues el día a día, la acción, los sucesos, son cosas que ocupan nuestra cabeza y son el objeto de nuestro interés. De la belleza se me ocurre que hay dos tipos. La superficial y la profunda. La superficial es cuando algo nos llama la atención por lo sorprendente, lo distinto, por lo que resalta. Puede ser una obra de arte, un gol muy bien metido, el atractivo de una persona, etc.
Pero luego está la belleza más profunda. La belleza intrínseca de las cosas. Quedarse admirado por lo que tenemos alrededor. Una persona cualquiera, gente paseando por la calle. Un árbol, un paisaje, el saludo del que te encuentras en un pasillo de tu lugar de trabajo. Todo eso tiene una belleza intrínseca. Pero como la tenemos continuamente al alcance de la mano no lo valoramos. Pero tanto nuestro mundo interior como el mundo que nos rodea contienen belleza. Son belleza. Y si tenemos la capacidad de admirar lo que nos rodea estaremos contemplando belleza.
Hay quien aboga por la eficacia, por sacar el máximo rendimiento a lo que tenemos. Hacer rendir el tiempo todo lo que podamos. Uff, qué tensión, prefiero ir por la vida de un modo más calmado, contemplando mi alrededor. Reivindico la contemplación. Poder admirar la belleza que contienen las cosas y las situaciones diarias. Quizá me tachéis de romántico e idealista. Quizá es que lo soy. Hasta el jueves que viene.
