No hay nada como tratar a la gente con amabilidad para que hasta los más huraños se vuelvan amables. Lo volví a comprobar la semana pasada. Hemos estado haciendo unas pequeñas obras en casa este mes de agosto, y los obreros en un descuido han cortado el cable de internet, el de fibra óptica. Llamamos a la compañía que nos provee el servicio, y se presentó un empleado que no hizo más que quejarse de lo descuidados que son los obreros, del mucho trabajo que tiene, del poco dinero que cobra y de lo mal que está la vida.
Vi una oportunidad. Estaba solo en casa y empecé a interesarme por su trabajo, le ayudé a subir y bajar destornilladores e hilos para que no tuviera que estar subiendo y bajando él de la escalera. Le ofrecí un refresco. Me interesé por su familia, por sus orígenes. Comenté la suerte que teníamos los que por lo menos teníamos trabajo. Todo esto muy lentamente y poco a poco conforme iba realizando su trabajo. Sin atosigar.
Poco a poco se fue apaciguando. Se fue con una sonrisa y dando las gracias. Si a mitad de trabajo no aceptó un refresco, me dijo que iba a empezar a sudar, cuando se marchaba se lo volví a ofrecer y esta vez sí que lo aceptó. Vuelvo a decirlo, no hay como tratar a la gente con amabilidad para que los más huraños se vuelvan amables.
Al poco de marcharse el operario llamaron de su compañía para verificar si había quedado satisfecho con el trabajo. La pregunta final era valoración de 0 a 10. Propuse un 10. El operario había hecho muy bien su trabajo.
Conclusión de esta semana, ante un cascarrabias caben dos actitudes, responderle ariscamente e intentar esquivarle, con lo que no se le hace ningún favor, o bien mostrarle vía ejemplo que en la vida se puede ser amable. A mí esto último siempre me da resultado. Feliz vuelta al trabajo.
