Ser los primeros y los mejores

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Suelen ser buenos profesionales en su actividad concreta. Lo que les pierde es su afán por lucirse y por ser admirados. Cuando en algo fallan intentan o bien disimularlo con aquí no ha pasado nada, o si es patente el fallo reaccionan con mucha virulencia, como si se estuviera cuestionando su superioridad. Si no fueran así, sus fallos pasarían totalmente inadvertidos, pero como es patente que tienen que dejar claro que son los mejores en su campo, cuando fallan todo el mundo se da cuenta.

Yo recomiendo la humildad. Por muy valioso que uno sea en algo, habiendo más ocho mil millones de personas en el mundo, seguro que hay varios millones que son mejores que él en esa actividad. Por otro lado, todos tenemos cualidades, grandes cualidades, algo por lo que destacamos, que sabemos hacer bien. Pues demos gracias a Dios por esas cualidades y pongámoslas al servicio de los demás. Que sean útiles para otros. Esto engrandece nuestras cualidades. Pero pavonearnos por eso que sabemos hacer bien y ponernos a competir con los demás para demostrar que somos los mejores me parece una tontería, una falta de madurez y síntoma de ser una persona insegura. Hasta el jueves que viene.

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Miguel Angel Ariño es Catedrático de IESE Business School y conferenciante, experto internacional en toma de decisiones, estrategia y liderazgo. Con más de 35 años de experiencia global, ayuda a Consejos de Administración y a la alta dirección a transformar la complejidad en claridad estratégica, impulsando un crecimiento sostenible y ético.

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8 COMENTARIOS

  1. Cuanta razón tienes Miguel Ángel¡¡
    y las consecuencias de que se crean los mejores, es que no valoran nada de lo que hacen los demás, pues apra ellos nunca están a su altura¡¡
    Como bien dices, la humildad es el mejor antídoto¡¡

  2. Los talentos los hemos recibido. Hacerlos fructificar es un deber. Pavonearnos de nuestros talentos como si los hubiéramos conseguido nosotros es un error antropológico de primera magnitud. Hay que volver a leer un libro tan sencillo pero perspicaz como es «El criterio» de Jaume Balmes.
    Josep Corcó

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